El uso de los implantes en boca no es nuevo. Ya desde los egipcios se encuentran referencias del uso de elementos extraños al organismo pretendiendo recuperar el órgano perdido. Naturalmente los materiales no eran los más adecuados. Las técnicas y materiales utilizados para reemplazar los dientes perdidos han venido evolucionando a lo largo de los años. Así se han utilizado materiales como madera, dientes de animales, diferentes tipos de hueso, metales como el acero, varias aleaciones de metal y finalmente el de mejores resultados hasta el presente, el titanio. La técnica de fresado, la quirúrgica, el tiempo de espera para rehabilitar las formas y tipos de implantes, también han evolucionado constantemente. Hoy día la efectividad de los tratamientos restauradores soportados sobre implantes dentales es altísima; se acerca en promedio al 98% en todos los casos siendo sin embargo algo menor para el maxilar superior.
La seguridad del éxito en estos tratamientos es absolutamente indiscutible, obviamente en manos expertas y con las condiciones clínicas, académicas y de infraestructuras suficientemente disponibles.
Los implantes utilizados actualmente deben ser de titanio tipo IV y los hay roscados o embala pudiéndose recubiertos o no, con algún tipo de material óseo-integrador como el plasma de titanio (TPS) o de hidroxiapatita (HA).
La evolución de la implantología oral con la suficiente evidencia científica viene desde hace más o menos 25 años con los trabajos del profesor Branemark. Tanto así que la discusión hoy en día sobre los implantes orales no está en si funcionan o no, sino en el tipo de superficie más adecuado para establecer la oseo-integración, en la geometría y en la biomecánica. Todo esto ha permitido ser aún más audaces en los tratamientos y ya hay alternativas diferentes para casos clínicos difíciles o imposibles de realizar hasta hace algunos años.
Las alternativas de rehabilitación oral en un paciente con pérdida dental bilateral posterior (clase I de Kennedy) en maxilar superior ahora son viables y efectivas. Aún en casos donde el remanente oseo es menor de 4 mm y donde el seno maxilar está interfiriendo con la colocación del implante.
Para lograrlo es necesario colocar un injerto que nos de mayor longitud ósea, mejorando la relación Corona/implante y adicionalmente una mayor interfase hueso/implante.
El presente caso clínico es el ejemplo típico de la necesidad de elevar la membrana del seno maxilar, rellenar ese espacio que queda con un material de injerto específico, buscando un mejor soporte del implante y evitar así la invasión del seno maxilar.
Tenemos así en nuestras manos una alternativa de tratamiento ideal para la pérdida dental de nuestros pacientes y sobre todo la gran satisfacción que representa para ellos tratamientos de esta naturaleza.
Este tipo de tecnología no puede faltar en profesionales que atendemos permanentemente a pacientes adultos mayores ya que en ellos es donde se evidencia más la necesidad de una buena rehabilitación.